jueves, 25 de abril de 2013

¿cuantas veces se dice te quiero todavía?

lunes, 15 de abril de 2013

tenías los ojos de agua, por lo azul y por la fuerza que desbordaban. si me acercaba bien podia ver las figuras que dibuja el sol en la superficie del agua. esos destellos de luz hacían tus pupilas tan claras. azul y oscuro y noche y contraste. cuando te acercabas a besarme tus pupilas crecían furiosas, tus labios se apoyaban despacio para decir de otra manera, lo mismo. que infinidad de posibilidades se me ocurren para nosotros y no cabemos en ninguna. que dificil y hermoso resultó este juego, donde ganar es olvidarte.

lunes, 4 de marzo de 2013

El año que se fueron los perros


Una de las cosas que me gustaba de la idea de ir a vivir con mi novio, era que nos queríamos mudar a una casa y podíamos tener un perro.

Hace años que no tengo un perro, desde que mi hermano se fue a vivir solo y se llevo a Moro, de eso hace más de diez años, y yo era casi una niña. Lo que más me gustaba de Moro eran sus ojos, mejor dicho, su mirada. Por él me di cuenta que cada perro mira distinto; una mirada cargada, como si por no poder hablar te lo dijeran todo por los ojos; y lo que él quería decir es que era un atorrante.

Era flaco, con la cola enroscada, para el deleite de cuatro niños, y con el pelo negro bien brilloso, aunque frecuentase poco el agua. Conocía solo dos palabras: ¡vamos! y bañarse; las escuchaba y salía disparado. Vivía con tanta energía que parecía siempre un cachorro, recién a los dieciséis años empezó a envejecer.

Moro era tan especial para todos nosotros, que cuando mi hermana llevo a mi sobrino a adoptar un perro se trajo una cachorra igual a él. La llamó Mica.

El año que se fueron los perros fui a vivir un tiempo a la casa de mi hermana. Mi única preocupación era que Mica, que ya tenía ocho años, se comiera a mi gato. Para mi sorpresa, se toleraron bastante bien y eso ya me gustó. Mi gato se restregaba por sus patas, todo mimoso y ella, solo se quedaba muy quieta tratando de contener su deseo incontrolable de comérselo de un tarascón. Pero Mica obedecía; empecé a sacarla a pasear sin cadena, al chino, a comprar cigarrillos, a la panadería; me veía perfilar hacia la puerta y empezaba con sus saltos y piruetas. Estaba dicho, nos hicimos amigas.

El primero que se fue, fue Moro, sus dieciocho años le pedían un descanso. Sus ojos se pusieron borrosos, eran como dos nubecitas que parecían encerrar el misterio del más allá, pero hasta lo último seguían diciendo lo mismo: que era un atorrante.

Ese mismo año me mude, al contrario de mis deseos, a una casa sin novio y sin espacio para perros. Unos cuantos días después me llama mi hermana para decirme que Mica estaba en sus últimos días de vida, por una enfermedad que la había consumido en poco tiempo. La encuentro echada, apenas podía mover los ojitos, que mas podía hacer yo que echarme con ella y darle las gracias, despedirme. Me levanto del suelo, camino unos pasos y me doy vuelta para mirarla, vi dos nubecitas que me miraban. Al rato ya miraban más allá, le di las gracias de nuevo por esa despedida.

Es verdad que cada perro te mira distinto, y por ella supe que la mirada de un perro no te la olvidas más.