jueves, 12 de agosto de 2010

Cuando le di el primer beso había dejado de llorar hace unos días. Lo decidí de un momento a otro en una de esas caminatas que me pedía el alma quieta. Decidí dejar de llorar y decidí ese beso.

Sin expectativas nos vimos un lunes frío. Luego de caminar unas cuadras en el sentido contrario, volver sobre mis pasos y buscar la esquina indicada lo encontré (por fin) con cara de frio y timidez. Sin querer pensé en los años que le aventajaba. Entonces sucedió algo impensado para mi en ese momento, comenzaron a brotar las palabras de mi boca con una naturalidad asombrosa. No pude dejar de hablar hasta que el decidió hacerlo y notar como se borraba el gesto serio de su cara.
Casi por casualidad, casi por descuido, dormimos juntos. Entre susurros me confeso algunas vergüenzas  y yo ya me di cuenta que algo me hacia querer estar ahí  y mas ahí.
Lo mismo me pasó las veces siguientes. Si tomábamos café en silencio, si enredaba sus manos en mi pelo, o si charlábamos de cosas que un tercero no hubiera entendido, en esa intimidad que no es de sábanas sino de afinidad. Entonces venia esa sensación, algo que te toca y te deja vulnerable y conmovido. Imposible ponerlo en palabras, imposible decirlo. Tardamos pocos días en llenarnos de anhelo e inquietud.
Mi deseo de querer ver más allá se volvía una náusea cuando me miraba en silencio. No importaba si eran segundos o minutos eternos. Sus ojos en cada parpadear de pestañas largas y pesadas se iban mas lejos. Cuanto mas callaba, un brillo mas intenso dejaban ver sus ojos. Pesaba en mi una tristeza tan distinta. Esa atracción, ese misterio era otra cosa, un parecido alarmante, un espejo, pensaba yo impaciente. Merodeaba en una sola certeza, la de nunca saber. Entonces él me rescataba, buscaba una mirada que mas tenia algo de guiño y volvía nuestra necesidad de hacernos reír, de juego, de caminatas con abrigo y retórica. Nos pasó el otoño.

Recuerdo el día que me citó para hablar a las dos de la madrugada, tenia algo importante que decirme. Lo encontré una vez mas en una esquina vacía. Comenzamos a caminar en ninguna dirección, y unas cuadras después se disolvió la urgencia en palabras insustanciales, ninguno de los dos quiso el papel de decir o de saber.
No supe poner en palabras que su tristeza me acercaba a mi tristeza, su risa a mi necesidad constante de reír  su secreto al mio. No pude explicarle que al verlo no me escapaba de mi misma. Ya no necesitaba saber porque podía verme.. y con la misma liviandad se disolvió lo demás. Pensé en el amor que nos pasaba de largo, pensé en el instante sublime en que sucede la magia, y sonreí sabiendo que yo quería ambas.

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